Estados Unidos.- A pocos días de cumplir medio siglo de estrenada, la película El Exorcista (1973), la icónica y corrosiva de William Friedkin que quitó el sueño por décadas y cambió para siempre el cine de terror.
Sería impensable una película como El Exorcista pudiese ser estrenada hacia la navidad y sin embargo así fue en su momento. Llegó a los cines estadounidenses un 26 de diciembre de 1973 y, ya bien entrado el año siguiente, a España y Latinoamérica.
A medio siglo, su carácter icónico sigue intacto y no faltan quienes gustan decir que es “más que una película de terror”, como si el género excluyera toda dimensión artística. Más apropiado es decir que lo trasciende, ya que marca época para el cine mismo al innovar en la forma de llegar a un espectador al que más que seducir, consigue atrapar y devorar vivo. Es una película provocativa, perturbadora y sin reservas que no en vano generó en su estreno tanto revuelo y escenas de pánico no vistas desde que los hermanos Lumiére proyectaran un tren marchando hacia la platea.
Basado en la novela homónima de William Peter Blatty e incluso con guion suyo, el proyecto fue rechazado por prestigiosos directores como Stanley Kubrick o Mike Nichols antes de que Warner, por presión del propio Blatty, acabara ofreciéndolo a William Friedkin, que venía del Oscar por The French Connection.
El libro había sido publicado con éxito dos años antes y tomaba como base una historia supuestamente real o, por lo menos, así le habían dicho a Blatty cuando estudiaba en la Universidad de Georgetown, Washington D.C., institución manejada por sacerdotes jesuitas. Según le contaron, en 1949 se practicó en Maryland un exorcismo a una niña de doce años cuyo nombre era Regan: finalmente resultó que era un niño y se llamaba Ronald Hunkeler, a la postre ingeniero de la NASA con destacada participación en las misiones Apolo. Pero Blatty ya había decidido quedarse con la otra versión y en ella se basó…
El filme comienza con título y créditos sobre impactante fondo rojo para inmediatamente llevarnos al norte de Irak, donde, en cercanías de Nínive, se lleva a cabo una excavación arqueológica.
Un sacerdote jesuita y también arqueólogo, de quien luego sabremos que es el padre Lankester Merrin (Max von Sydow), es puesto en aviso de un hallazgo y se encuentra con una moneda de San José y una figurilla de terracota que representa al demonio conocido en la mitología sumeria como Pazuzu, aunque jamás se le menciona de ese modo en la película.
Desde ese momento comienzan a ocurrir cosas extrañas y el propio Merrin casi muere atropellado, pero lo significativo ocurre cuando la historia se traslada a Georgetown, en Estados Unidos, y conocemos a Chris (Ellen Burstyn), actriz de éxito que vive junto a su pequeña hija Regan (Linda Blair).
Chris comienza a oír en la casa ruidos que adjudica a ratas, pero sus empleados le insisten en que no las hay. Pronto descubre que algo indefinible está pasando con Regan: maldice, blasfema, orina la alfombra y su cama se sacude con frenética violencia mientras es presa de convulsiones. Los médicos le hablan de un problema en el lóbulo temporal, pero, no conforme, debe dejar a un lado sus convicciones ateas para ir en busca de alguien que sepa hacer un exorcismo.
Entra entonces en escena otro jesuita: Damien Karras (Jason Miller), quien es además psiquiatra y está más interesado en la paranoia y la esquizofrenia que en prácticas del siglo XVI. Como Chris, verá trastocados sus valores y deberá reencontrarse con su costado místico mientras ocurren muertes misteriosas y el comportamiento de Reagan empeora: habla con voz muy grave y en idiomas que no conoce o incluso al revés, pero el punto máximo es cuando lanza un viscoso vómito verde al rostro de Karras.
Todo ello deviene en que este, por consejo de las jerarquías de la iglesia, recurra al asesoramiento de alguien más experimentado y así vuelve el padre Merrin.
Con información de Jose Cardenas