El espejo temporal que el telescopio espacial James Webb nos ofrece nos revela un universo en su juventud, desafiando nuestras concepciones sobre la evolución galáctica.
Ceers-2112, situada a una distancia que corresponde a un universo con solo 2.100 millones de años, es la galaxia espiral barrada más antigua que se ha detectado hasta la fecha, lo cual desafía nuestras concepciones sobre la evolución galáctica, pues es una edad más temprana de lo que se creía posible.
La materia oscura, ese componente misterioso y omnipresente, se consideraba la principal influencia en la formación de las galaxias en etapas tempranas. Sin embargo, la evidencia sugiere que la materia ordinaria, la materia bariónica, jugó un rol más dominante en el caso de ceers-2112.
La galaxia posee una de las estructuras más características de la Vía Láctea, la conocida como barra galáctica, una banda central de estrellas brillantes. Estas barras no son meras curiosidades estéticas: su función en el agitado baile gravitacional de las galaxias es crucial para la mezcla de elementos y la formación de nuevas estrellas. La revelación de que tales estructuras existían en un universo tan joven amplía enormemente nuestro entendimiento de la evolución cósmica.
Hasta ahora, el conocimiento de las galaxias lejanas y su morfología dependía en gran medida de las observaciones realizadas por el telescopio espacial Hubble. Estas galaxias distantes a menudo aparecían como estructuras irregulares, tal vez el resultado de colisiones y fusiones. Pero con las capacidades superiores del James Webb, la visión de un universo lejano y ordenado está emergiendo, desafiando la imagen caótica previamente concebida.
Estos valiosos datos se recopilaron durante las observaciones efectuadas en el marco del proyecto CEERS (Cosmic Evolution Early Release Science), bajo la dirección de Steven L. Finkelstein de la Universidad de Texas en Estados Unidos, llevadas a cabo en la zona del Extended Groth Strip, situada en el firmamento entre las constelaciones de la Osa Mayor y el Boyero. El proyecto ha contado con la colaboración de 33 científicos pertenecientes a 29 diferentes instituciones de ocho países.